30 de enero de 2013

He visto el tiempo padecer,
he sido testigo de un suspiro eterno,
he podido oír un corazón detenerse.
He sufrido
por amor,
y he llorado.
Y he aprendido.
No sufre quien ama
sino, quien está equivocado.

21 de enero de 2013

A medida.

Conocerte…
Descubrir que de a poco vas dejándome entrar y ver tu luz real.
Sentir que una mirada se convierte en un cálido compartir, cómplice sigiloso.
Suspiro inerte que escapa de una sonrisa suave y oculta, tenue esbozo.
Y aprender a tenerte y no, a que estés y no.
Girar el rostro y saber que no sos real pero que estás, levantar la vista y entender que sos real pero en realidad no estás.
Conocerte en mi mente, imaginarte y descubrirte como quiero que seas.
Fantasía inescrupulosa que me seduce y me hace perder nociones; tiempo y espacio.
Elijo construirte para mí a mi medida, con el calce justo así no me aprietas ni me quedas grande. Te invento de la estatura justa, a la distancia apropiada, con el color indicado, la vestimenta ideal, la sonrisa perfecta.
Es mi sueño mi delirio, mi anhelo mi deseo, puedo hacerte como quiera.
Y camino al son de mis latidos, rumbo a tu encuentro.
Miro y no veo, observo y no comprendo, la vida que camina a mi lado, la que va en sentido contrario, la que cruza frente a mí.
Voy a tus brazos, voy a tus ojos, voy a vos, y me estas esperando.
Te alcanzo y te giras. Late, galopa… te miro y te veo, te observo y te entiendo.
No eres mi fantasía afortunadamente, por que no existirías, más si eres justo a mi medida.
Sonrío cuando tus manos toman mi rostro. Silencio. Miro, miras… nos vemos.
Sonríes.
Me besas.
Te beso.
Silencio. No hables. No hablo.
Laten juntos, viven. Corazones que buscan. Que se encuentran, que se descubren, se conocen. Que comprenden.
No se trata de perfección. Se trata de verdad. Se trata de ser, justo a la medida.

¿ópera prima?

Son los minutos, tal vez, que pasan incesantes y lo arrollan. Son las horas, los días, los años, que vienen y se van.
Ya no quiere ser testigo de la historia, está cansado de ver los personajes una y otra vez.
Cambian de rostro, de nombre, tienen otro color de cabello, otro color de ojos, se visten diferente, pero son los mismos; la obra es la misma, los diálogos, los desenlaces. Ya no le importan siquiera las escenografías ni la banda sonora, todo es parte de un embrujo que responde a una misma receta.
Ya no quiere sentirse vacío, despertar y descubrir, que sigue tan hueco como la noche anterior. Ya no quiere navegar en miradas insulsas, despojadas de brillo.
Ya no quiere un latir opacado ni una sonrisa forzada.
Está buscando un rumbo nuevo, una obra culmine que le genere esa sensación de plenitud que sabe puede sentir.
Está buscando una historia de piel, de pasión, de charlas y entrega, pero también de recibir y compartir.
Quiere soñar, disfrutar.
Quiere sonreír y entregarse por completo.
Quiere mirar y encontrar no sólo el brillo, sino el ser desnudo y primigenio entregándose a los brazos que se le extienden.
Quiere lograr la suma perfecta de dos almas fundidas en una simbiosis de placer y éxtasis agobiante, sudoroso, dulce y tierno.
Quiere sonreír al recordar una caricia, quiere sentir el sabor de los besos permaneciendo en sus labios.
Quiere amar y ser amado, ya no está dispuesto a ser sólo un actor de reparto.

¿Cuánto puede afectar una sonrisa la estabilidad de una persona adulta?

¿Podrá ser?
¿Puede uno hallar en el brillo de unos ojos
(bellos por cierto, muy bellos)
respuestas a las dudas que venía formulándose?
¿Es posible acaso que la comisura de unos labios
(deliciosos, me imagino, muy deliciosos)
oculte las respuestas a tantos interrogantes?
¿Cuánto puede afectar una sonrisa la estabilidad
de una persona adulta?

Caminé haciéndome todas estas preguntas, fueron unos escasos metros los que nos separaban.
Sabía muy bien que eras vos, pero no podía ser tan evidente. Fingí buscarte de manera despreocupada...
Fueron volátiles y, por suerte, disimulados, los escalofríos que me abrazaron cuando entre las cabezas anónimas encontré tus ojos, tus labios, tu sonrisa.
Y acercándonos, cual niño frente a una vidriera de juguetes, intentaba disimular los latidos (¿qué, vos no los escuchabas?) y la sonrisa.
Esa sonrisa que evidencia que lo que ves te gusta demasiado. Maldita sea esa sonrisa que linda con la risa de felicidad y por muy muy poco no son lo mismo. Maldita sea porque me deja en evidencia, me expone.
Y por si faltaba algo, nos saludamos y me estremeciste con tus acordes al hablar.
Claro... ni rodillas, ni sonrisa, ni gestos, ni mirada pude ya controlar.
Inocente cual insecto caminé por la telaraña y caí en tu red.

Pasó el momento, si, la cola avanzó, debíamos continuar... pero esos segundos fueron ¿horas?, ¿días?, ¿que fueron?.
Fueron un regalo... no importa ni cuántos ni cómo. Fueron mi regalo.
Gracias, me hiciste sonreír, me hiciste soñar.

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Es de hace tiempo, pero lo vuelvo a publicar porque me gusta ;) 

Naufragio

Despertó sofocado por el calor de verano, confundido, sin terminar de entender dónde se encontraba, o cómo fue que había terminado allí. Levanto lentamente la cabeza, sintiendo como el ardor le recorría la espina, el cuello, la espalda toda; causado seguramente por tantas horas de exposición al sol, en el agua y la arena que recién notaba se había colado entre sus dientes. Le ardía la vista, e incluso mirar más allá de sus propios brazos tendidos sobre la playa le resultaba un esfuerzo casi irrealizable.
¿Dónde estaba? ¿Cómo llegó allí? ¿Cuánto tiempo estuvo dormido... o inconsciente? Su mente se llenó de preguntas que no podía siquiera empezar a responder, y cuando quiso hablar -al vacío, porque a simple vista estaba solo- sintió que también su garganta le dolía. Seca. Áspera. Como si hiciera días que no ingería gota alguna de agua.
Tenía que saciar su sed. Sabía que si no se hidrataba, iba a durar muy poco en las condiciones en que estaba. Estuvo a punto de beber del agua que bañaba sus piernas, pero se detuvo. Agua salada. Podía sentir la sal en sus dientes, en sus labios, en su tensa piel. No sólo era arena lo que lo cubría, ni la quemazón lo que hacía que cada centímetro de su desnuda piel le doliera. También la sal. No podía beber ese agua. Necesitaba beber agua segura. Y comer. El hambre estaba volviéndolo loco. Desesperaba.
Pero antes, el agua, eso le ayudaría.
Intentó arrastrarse, sintiendo como la debilidad le ganaba. Tratar de mover sus piernas fue un esfuerzo inmenso, que no tuvo resultado alguno.
Inmóvil. Ardiendo. Bañado en agua salada y arena. Hambre, y sed. Una sed que sentía nunca podría saciar.
Intentó recordar cómo llegó allí, a ese lugar, a ese estado. Intentó, entre sollozos ahogados, pensar dónde se encontraba. Nada. Sólo sed, hambre, ardor, dolor. Desesperación.
¿Moriría?. Tenía que levantarse. Necesitaba salvar su vida. cerró sus ojos intentando concentrar sus fuerzas en sus brazos. Si lograba levantar el torso, y la cabeza con el podría ver más allá de la espuma que subía y bajaba ante sus ojos con la marea.
Fue imposible.
Descansar. Ahora que estaba consciente trataría de descansar, su cuerpo, y su mente.
Volvió a abrir sus ojos y lo rodeaba la espesa negrura de la noche y el infinito firmamento que brillaba como nunca en su vida lo había visto. La noche. Cálida. Pero la ausencia de los rayos del sol sobre su piel le hacían sentir frío.
¿Era la noche? ¿O era esa sensación de que estaba perdiéndolo todo, de que su último suspiro se acercaba?  Trató de controlar su respiración, oír sus propios latidos, pero el golpeto del agua sobre sus extremidades no lo dejaban discernir. ¿Su corazón aún latía? ¿O estaba muerto, y éste era uno de los infiernos dantescos? ¿O uno de sus cielos? Recordó, o creía recordar, que los cielos eran tan sofocantes como los infiernos. ¿O no fue él quien los describió de ese modo?

De pronto, como una ráfaga que lo envolvía todo, una alarma lo sobresaltó.
Cerró el libro, levantó la mirada y quitándose los anteojos dejó el banco de esa plaza para retomar su rutina. La hora del almuerzo llegó a su fin.