21 de enero de 2013

Naufragio

Despertó sofocado por el calor de verano, confundido, sin terminar de entender dónde se encontraba, o cómo fue que había terminado allí. Levanto lentamente la cabeza, sintiendo como el ardor le recorría la espina, el cuello, la espalda toda; causado seguramente por tantas horas de exposición al sol, en el agua y la arena que recién notaba se había colado entre sus dientes. Le ardía la vista, e incluso mirar más allá de sus propios brazos tendidos sobre la playa le resultaba un esfuerzo casi irrealizable.
¿Dónde estaba? ¿Cómo llegó allí? ¿Cuánto tiempo estuvo dormido... o inconsciente? Su mente se llenó de preguntas que no podía siquiera empezar a responder, y cuando quiso hablar -al vacío, porque a simple vista estaba solo- sintió que también su garganta le dolía. Seca. Áspera. Como si hiciera días que no ingería gota alguna de agua.
Tenía que saciar su sed. Sabía que si no se hidrataba, iba a durar muy poco en las condiciones en que estaba. Estuvo a punto de beber del agua que bañaba sus piernas, pero se detuvo. Agua salada. Podía sentir la sal en sus dientes, en sus labios, en su tensa piel. No sólo era arena lo que lo cubría, ni la quemazón lo que hacía que cada centímetro de su desnuda piel le doliera. También la sal. No podía beber ese agua. Necesitaba beber agua segura. Y comer. El hambre estaba volviéndolo loco. Desesperaba.
Pero antes, el agua, eso le ayudaría.
Intentó arrastrarse, sintiendo como la debilidad le ganaba. Tratar de mover sus piernas fue un esfuerzo inmenso, que no tuvo resultado alguno.
Inmóvil. Ardiendo. Bañado en agua salada y arena. Hambre, y sed. Una sed que sentía nunca podría saciar.
Intentó recordar cómo llegó allí, a ese lugar, a ese estado. Intentó, entre sollozos ahogados, pensar dónde se encontraba. Nada. Sólo sed, hambre, ardor, dolor. Desesperación.
¿Moriría?. Tenía que levantarse. Necesitaba salvar su vida. cerró sus ojos intentando concentrar sus fuerzas en sus brazos. Si lograba levantar el torso, y la cabeza con el podría ver más allá de la espuma que subía y bajaba ante sus ojos con la marea.
Fue imposible.
Descansar. Ahora que estaba consciente trataría de descansar, su cuerpo, y su mente.
Volvió a abrir sus ojos y lo rodeaba la espesa negrura de la noche y el infinito firmamento que brillaba como nunca en su vida lo había visto. La noche. Cálida. Pero la ausencia de los rayos del sol sobre su piel le hacían sentir frío.
¿Era la noche? ¿O era esa sensación de que estaba perdiéndolo todo, de que su último suspiro se acercaba?  Trató de controlar su respiración, oír sus propios latidos, pero el golpeto del agua sobre sus extremidades no lo dejaban discernir. ¿Su corazón aún latía? ¿O estaba muerto, y éste era uno de los infiernos dantescos? ¿O uno de sus cielos? Recordó, o creía recordar, que los cielos eran tan sofocantes como los infiernos. ¿O no fue él quien los describió de ese modo?

De pronto, como una ráfaga que lo envolvía todo, una alarma lo sobresaltó.
Cerró el libro, levantó la mirada y quitándose los anteojos dejó el banco de esa plaza para retomar su rutina. La hora del almuerzo llegó a su fin.

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