8 de agosto de 2010

Mesa para uno

Las noches son demasiado lentas, transcurren los minutos con cuentagotas, y cada tic-tac del reloj demora más de la cuenta en retumbar en el vacío de la habitación.
El frío me abraza y me estremece, pero no es gélido, sino angustiante. Ni calefacción ni abrigo alcanzan para opacarlo, no es exterior, recorre mis venas. Me hiela y me inquieta, dejándome tieso, sin saber a dónde ir, por dónde escapar.


¿Es miedo acaso?
¿De qué se trata esta mezcla de sensaciones, inquietudes y emociones?

Una lágrima se escapa sigilosa mientras los labios hacen fuerza por contener el llanto.


No voy a entregarme, no voy a dejarme caer.
No cuando hay tanto a lo que aferrarse, por lo cuál mantenerse erguido y combativo.

Temeroso. Asustado de estar solo. Pero firme.

Justo hoy, hubiera sido bueno recibir una dosis de abrazos y sonrisas.

A veces el aire pesa demasiado, y la soledad ayuda a hacerlo más difícil.

Intento olvidar que me encuentro solo en la habitación.
Me siento a la mesa. Pruebo mi propia cena para uno
Y compruebo…

O la soledad sabe distinto hoy, o cada vez cocino mejor.