Sintió como esas manos frías la mansillaban. Sabía que probablemente después de esto no podría volver a verlo a la cara, nunca más. Tendría que irse. Lejos. Donde no pudiera encontrarla y su secreto estuviera a salvo.
Llegaría despacio (podía ver en su mente cada paso sigiloso en la oscuridad), sin moverse apenas, protegiendo al silencio que la rodearía. Para eso tenía que dejar de llorar. Ni un ápice de lágrima, ni siquiera una mueca de dolor debía ser expulsada de su rostro, ni de su cuerpo. ¿Y si el dolor era demasiado fuerte como para resistirlo? No. Debía ser fuerte. Iba a ser fuerte.
Una vez adentro, sólo bastaba con tomar sus llaves, su cartera y… No, sólo eso necesitaba. En ella estaban los documentos, la tarjeta y algo de efectivo, con eso debería bastar.¿Pero dónde las había dejado?. ¿Estaban sobre el sofá, en la cocina, en la habitación?. Estaba segura que las llaves estaban sobre la mesada de la cocina, siempre las dejaba allí porque entraba por la puerta lateral… ¿Y su cartera?. Tenía que estar en la sala, si no recordaba mal, sobre el sofá; había sacado la medicina a la hora habitual y seguramente la dejó allí mientras se las daba a Guillo.
Si, eso es lo que haría, buscaría sus llaves y su cartera y se iría de allí para siempre. No podía detenerse a ver al pequeño, aunque hubiera dado su propia vida por besarlo en la frente una vez más. Tampoco podía acariciar su rostro por última vez.
La sola idea la desgarraba por dentro. El llanto la sofocaba.
En su mente las sonrisas de él y su hijo se formaban una tras otra, y se empañaban con las lágrimas. No faltaba mucho, ya el sufrimiento estaba por terminar. Intentaba concentrarse en esas cálidas miradas que siempre compartían, quería recordar cada momento, cada segundo, atesorarlo para siempre… pero el dolor no se lo permitía. No eran las lágrimas las que no la dejaban ver ya sus pensamientos, sino su propia sangre. No eran éstas las que la dejaban sin aire, sino aquellas manos gélidas e inmundas que le arrancaban la vida con cada roce. Sintió escalofríos, quiso gritar pero esas mismas manos ahogaron su alarido la golpeaban una y otra vez. Ya no pudo resistirlo, el dolor era más fuerte que su concentración. Ya no pudo ignorar lo que estaba sucediendo. Ya no quería luchar, quería que todo acabe e irse de allí corriendo, quería desaparecer.
¿Y si no podía hacerlo?. ¿Y si por mas que quisiera, ese beso en la mejilla, esa caricia que nunca les iba a dar, le impedían salir de allí?. Quizás lo que tenia que hacer era olvidar, enterrar todo esto en los meticulosos laberintos de su mente y simplemente olvidar. Quizás así podría volver a verlo a los ojos, quizás así podría seguir cuidándolo, dándole su medicina.
Si… iba a ser fuerte, iba a olvidar.
Estaba decidida. Justo en ese instante, las sonrisas de ellos le iluminaron el rostro, era la decisión correcta. Pero de inmediato algo más frío aún que aquellas asquerosas manos le generó un escalofrío que recorrió cada centímetro de su ser… luego comenzó a sentir su abdomen cálido… había terminado, pensó.
Si, había terminado. La pesadilla acabó. Solo que no podía caminar, no podía volver a casa. Ni siquiera podía mover sus brazos, o abrir sus ojos. No podía llorar. Solo sentía el frío acero que la desgarraba y su cálida sangre bañándola, brotando. En ese instante se dio cuenta de que ya no podría cumplir su cometido, que no los volvería a ver. Y todo el peso de la tristeza la aplomó contra el piso. Reunió sus fuerzas para gritar por última vez…