21 de enero de 2010

Ser en sí.


Había decidido tomarse unos días para sí mismo, por lo que las opciones que se presentaban distaban de ser adecuadas para alcanzar ese nivel de tranquilidad que tanto anhelaba: ni los amigos que tanta falta le hacían y extrañaba, ni la familia que siempre lo retrotraía a sus orígenes. Sabía que alejarse implicaba no sólo recorrer kilómetros, sino que debería hacer un esfuerzo más allá. Si pretendía reencontrarse, proyectarse, debía conseguir una distancia mental con lo cotidiano.
Debido a su obstinada necesidad de sociabilizar, menuda tarea le esperaba.
Entonces decidió, después de satisfacer esas necesidades primigenias con los lazos afectivos, encaminarse hacia dónde, probablemente, hubiera sido el último lugar al que recurriese. Regresó y permaneció en esa jungla hiperactiva de la que todos desean escapar en busca de sus voces interiores. Ese planeaba que sea su refugio, su lugar de paz. Cuando todos la abandonaran, estaría solo y dispuesto a desprenderse de la rutina, e incluso, intentaría abandonar una práctica que ya se había tornado en permanente en cada instante, intentaría no pensar…
Después de todo, se dijo, de esto se tratará a partir de ahora. De salvaguardar su ser de la vorágine que ocasionarían las decisiones ya tomadas.
Logró su cometido. Los segundos se hicieron minutos y éstos se convirtieron en horas. Su mente estaba despejada, o al menos lo suficiente como para poder detenerse en actividades que había dejado rezagadas.
Una mirada y una sonrisa extrañamente empalagantes, en medio del tumulto y el estruendo de una noche, lo arrojaron a una de sus pasiones adormecidas: la lectura más allá de lo específico, la lectura placentera de las emociones y la ficción. Pocos párrafos bastaron para seducirlo y transportarlo a las realidades subalternas que cada historia le proponía. Se trataba de un gozo que había permanecido quieto, oculto durante un largo tiempo. Y consumía vorazmente cada relato, cada sentimiento esbozado en letras que esos mismos ojos que lo despertaron habían visto nacer.
Fluyó como río por su cauce el tiempo inexistente hasta que algo lo detuvo. Embebido en la tarea incesante del disfrute, hubo algo que lo distrajo. Se encontraba leyendo justamente una de esas narraciones que describen los sentires de un determinado momento, y en ella leyo: “Me pregunto si alguien estará pensando en mí. Me desilusiono nuevamente. Tal vez será que he dejado de existir.” Tan sólo eso fue suficiente para que su travesía llegase a su fin.
De inmediato se preguntó, ¿alguien estará pensando en mí?.
Su teléfono llevaba horas, quizás días sin emitir sonido alguno. No lograba recordar cuál había sido su última frase pronunciada, ni hacia quién había sido dirigida. El tiempo ahora no volaba, se había congelado. ¿Realmente había dejado de existir?. ¿Cómo puede ocurrir algo semejante?.
¿Pueden las fantasías convertirse en realidad atemporal?. ¿Es posible desvanecerse en el proceso y dejar de existir para el mundo profano?.
¿Había alguien, siquiera una persona, por más lejana que se encontrase, que en ese momento estaba recordándolo?
Y de no ser así, ¿significaba eso que su existencia estaba agotada?. ¿Es que acaso existimos en la medida que de los demás seres nos otorguen o no existencia?.
Su cometido, estaba bastante lejos de ser alcanzado. Sí, había dejado atrás la rutina. Pero ya no existía.
No existía porque nadie estaba pensando en él. En ese preciso instante no era un recuerdo, no era memoria, no era nada. Solo era su propia esencia. Sólo él pensaba en si mismo.
Acongojado, quito la vista que ya no recorría los renglones para dirigirla a la inmensidad de la noche. Y en la visualización de una estrella perdida, al son de los silencios de la noche de verano, se dio cuenta.
Él pensaba en sí mismo.
Sí existía.
Claro que existía. Como no hacerlo, si el estaba pensando y reconociendo su propia existencia.
Al fin y al cabo, de él mismo dependía ser, no de cuántas personas le diesen existencia, sino de cuánto hacía el mismo por sí mismo. Y pensar en él, lo hacia, indefectiblemente ser, sentir, existir.
Después de todo, se dijo, ¿como demonios saber si alguien está pensando en mí?.
Sonrió. Regresó la mirada sobre el verso y continuó leyendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario