27 de febrero de 2010
ahora mismo...
25 de febrero de 2010
Sabores dulces que saben amargo
Cuando uno es pequeño imagina que será cuando crezca. Pasa de querer ser Médico a Constructor, se perfecciona en Ingeniería, cambia a Astronauta y de inmediato quiere ser Rey. Las fantasías se conjugan con la realidad y cada instante es un nuevo proyecto de vida.
En la adolescencia nos apresuramos por ser grandes. No nos importa mucho el qué ni el cómo, solo queremos que sea ya, ahora. Libertad, sentimos que buscamos desesperadamente.
Y llega ese momento en el que las fantasías nos arrastran hacia un lugar y la realidad nos empuja a tomar decisiones de mayores, cuando todavía somos tan jóvenes. Y elegimos. Empezamos a andar un camino, por nuestros medios, apoyándonos o no en quienes tenemos cerca, pero andamos.
Hay elecciones que hacemos que nos hacen descubrir un mundo con el que nunca habíamos soñado, otras que son previsibles, muchas que nos llevan directo a una pared. Pero lo importante es elegir. Decidir. Optar.
Hace muchos años elegí un camino, elegí una vida.
Elegí compartir mis sueños y utopías con un grupo de gente que veía las mismas injusticias y carencias en mi entorno que yo.
Comencé a andar un camino con compañeros que caminaban a mi lado y se esforzaban al igual que yo.
Con el pasar de los años descubrí que la confianza puede tomar muchas formas, pero ésa que te permite estar seguro de vos mismo y a la vez de quienes te rodean, implica muchas cosas, muchas turbulencias atravesadas en conjunto.
Comprendí que cada día me faltaba más por aprender y por saber.
Aprendí a hacer en conjunto, pensando en equipo. Conocí el compromiso y forjé mis principios, a la par de los de mis compañeros.
Pude conocer un mundo complejo y entramado de consensos y disensos. Disfruté las victorias, lloré las derrotas.
Logré entender que cuando uno forma parte de algo y se compromete, los cambios si son posibles. Aprendí a ser parte de algo mucho más grande que uno mismo. Descubrí que el objetivo es más grande, incluso, que lo que mis ojos alcanzan a ver.
Pasión conjugada con voluntad, pensamiento y acción de la mano, coherencia y responsabilidad como herramientas. Un andar tranquilo que persigue utopías. Sueños que se esfuerzan por convertirse en realidad.
Hace muchos años elegí comprometerme con una ideología, con un manojo de principios, con prácticas honestas y con el trabajo constante. Con el pasar de ellos construimos sueños y proyectos colectivos. Construimos realidades diferentes.
No es que esté llegando al final, muy por el contrario, ese camino es aún más largo. Muchos han pasado y siguieron andando, muchos se desviaron o simplemente se agotaron. Por mi parte, he completado un ciclo. He llegado a un punto en el que debo cambiar de herramienta, para seguir andando el mismo camino.
Y es a la vez dulce y amargo.
Es amargo mirar hacia atrás y ver cómo el tiempo pasó y cómo muchos de los que me acompañaron en este camino fueron culminando sus ciclos. También lo es mirar hacia adelante y ver que ya no caminaré junto a otros. Es amargo saber que las cosas a las que me había logrado acostumbrar ya no estarán, que las personas con las que me había habituado a dialogar estarán ocupadas en otras conversaciones. Es hasta un poco triste alejarse de un momento a otro, por más que sepa que aún hay mucho por hacer y aportar.
Y a la vez ese sabor dulce genera una sonrisa que se mezcla con las lágrimas. Ese sabor gratificante de haber transitado y haber dejado, mucho o poco, lo mejor que uno pudo dar. Esa alegría de mirar hacia adelante y ver como quienes, de diversas formas, te acompañaban, siguen firmes su andar.
De eso se trata, de pertenecer, no de poseer. De formar parte, no de ser indispensable. De entregar todo, no de esperar recibirlo todo.
Y el ciclo culminó.
Ésta etapa se cerró. Y me despido con una inmensa alegría teñida de tristeza. Alegría de haber sido parte. Tristeza lógica de dejar algo que se ama.
Pero verlos seguir es lo más lindo, lo que me hace pensar que tantos años, no sólo valieron la pena, sino que si tuviese que volver a elegir, lo haría sin siquiera pestañear.
Hoy quiero agradecerles, a todos quienes estuvieron, quienes están y quienes estarán, por permitirme ser feliz siendo parte, por enseñarme y permitirme crecer. Por dejarme compartir y reproducir. Por enseñarme que ser rey es quizás un sueño, pero que un Reino, sin dudas, se puede construir.
(A la Franja Morada Regional Litoral, de hoy y de siempre, por todo lo que me dio y me permitió entregarle)
18 de febrero de 2010
Despertar
Sin decir demasiadas palabras podía decirlo todo.
Sus ojos transparentes reflejaban el brillo de la última lágrima que se había desprendido de sus retinas, llevándose en un esbozo de sonrisa el sabor amargo del llanto que termina. Con el cansancio que lo abatía, lo decidió.
Ya no iba a llorar por algo que nunca fue más que lo que él quiso que fuera.
Idealización, tal vez; una dosis de autocompadecimiento sazonada con soledad, probablemente, y una sonrisa indudablemente seductora lo arrastraron a esos interminables pasos penumbrosos que lo habían perdido en una trayectoria circular. Seguía caminando pero sólo podía girar sobre la misma visión. Triste, lúgubre.
Estuvo al alcance de su mano y un movimiento brusco lo ahuyentó haciéndolo volar. Era libre, no suyo, ese ave que tantas veces había imaginado anidando junto a él. Quiso convertirse en su alimento, más no supo ni pudo saciar su hambre. Quiso ser su bebida, más no pudo quitarle la sed. Quiso ser sus ramas, más no entendió que un árbol a veces no es suficiente para la libertad.
Estaba seguro de que lo había perdido, y ello lo mareaba caminando en ese espiral que nunca llegaba a su centro. No podía escapar, estaba atrapado en su deseo, en su ilusión. El ave echó a volar y no iba a regresar.
Fue su propia sonrisa en el espejo lo que lo hizo despertar. Su reflejo le demostró que por más que le pesara el mundo que se había inventado, podía sonreír. Era tan sencillo como detenerse el dejar de deambular, era tan simple como ver que la perfección nunca es tal, más allá de lo que uno mismo la pueda imaginar. Entendió que lo que sintió suyo no era lo que perdió. Había perdido otras cosas, pero no algo que nunca poseyó. Su canto nunca fue para él. Su aleteo, su mirar, su esperar. Se los había inventado por comodidad. Era hablarle al viento... pasa, se va.
No se trata de recibir, se dijo, se trata de entregar.
12 de febrero de 2010
¿Qué no ves?
¿Acaso no notas, que cada caricia es un deseo,
que cada párrafo se impregna de tu aroma?.
¿No has notado, que tu sonrisa me inspira,
y que tus ojos me indican el camino?.
¿No comprendes?
Ternura para mi sería verte despertar a mi lado. Tierno es tu mirar
Dulce es tu sonreír.
Real es esto que nace en mí y que te quiero regalar.
Los momentos nos separan, pero te siento cada vez más dentro de mí.
Cada segundo que me regalas es un grano que atesoro
de las arenas que fluyen sin cesar
Deténganse. Aguarden.
Este universo que construyo soy yo, es lo mas puro de mí.
¿Qué no ves?
Lo construyo para vos y para mí. Para los dos.
11 de febrero de 2010
y al mismo tiempo, lo dice todo.
Mediaba la semana y el cansancio se hacía sentir. Eran las ocho de la noche y la jornada laboral había estado repleta de actividades, cientos de cosas se enredaron en su cabeza durante todo el día. Reunirse con tal, escribir aquello, leer lo otro. Típicas tareas en un típico día en su vida.
Había algo raro en el aire, el calor había disminuido y se sentía una brisa fresca, casi podía confundirse con una nochecita de otoño, sólo que los 36 grados de térmica que habían asediado a la ciudad por la tarde indicaban claramente que no lo era. Pocos locales permanecían abiertos. Era una noche extraña, ya casi no quedaba gente corriendo por las veredas de Avenida Callao.
Qué bueno, pensó. No iba a tener que someterse al zigzagueo habitual para no ser arrojado por algún transeúnte distraído.
Afortunadamente ya estaba regresando a casa, otro día culminaba… pero ante el escenario que se le presentaba, decidió caminar algunas cuadras antes de subirse al sofocante mundo del subterráneo porteño.
Tranquilo, escuchándola como siempre y perdiéndose en sus tonos celestiales, caminaba lento, tranquilo, mirando a la nada.
Detuvo su pensamiento y lo posó en un edificio recientemente restaurado. Había sido grande, la inversión, era evidente. Le causo estupor ver ese colosal hotel de muchas estrellas totalmente renovado, reluciente y a los tres metros de la puerta una familia durmiendo en el pórtico del edificio contiguo. Que contraste más irónico, se dijo.
En ese momento giró su vista para rodear a dos adolescentes que caminaban en sentido contrario, y fue ahí que se congeló. La mirada se clavó en su figura, unos 10 metros delante de él, caminando directamente hacia él. La sensación que lo invadió fue similar a la de un niño cuando ve debajo del árbol de navidad su regalo. No podía evitar fijar su vista en el caminar acelerado y a la vez elegante. Era un ser diferente. Tenía algo en su andar, en su rostro, en sus ojos. ¿En sus ojos?. Estaba devolviéndole la mirada!
En segundos pensó en sostenerla, retirarla, sonreír, mirar fijo hacia adelante. No sabía como reaccionar. ¿Cuántas veces nos ha ocurrido que caminando, en el colectivo o en el subte nos hemos detenido a observar a alguien que nos resulta interesante? ¿Cuántas veces hemos divagado pensando en qué podría ocurrir, cómo iniciaríamos una conversación en casos similares?
Perdido en todos estos delirios se dio cuenta que estaban por cruzar lado a lado, y las miradas seguían fijas la una en la otra. Temblaba. Latía escandalosamente su corazón, le sudaban las manos.
Se cruzaron con un ritmo más lento, y continuaron su paso.
¿Estaba bien darse vuelta, ver si aún estaba ahí?. ¿También se habría girado, se volverían a encontrar sus miradas?.
No lo pensó más, me doy vuelta, se dijo. Y allí estaba. También había disminuido su marcha y se había girado. Las miradas otra vez entrelazadas. Y sonrieron. Ambos.
Este es el punto en el que más de una vez todos nos encontramos y debemos resolver la gran incógnita: ¿Volvemos y le hablamos?.
No estaba dispuesto en ésta ocasión a reprocharse después porqué no había regresado. Afortunadamente, parece que los dos pensaron de manera similar.
Alli estaban, frente a frente. Las miradas seguían la una perdida en la otra.
Hola, le dijo.
Hola, le respondió. Y ambos sonrieron nuevamente.
10 de febrero de 2010
6 de febrero de 2010
A veces una sonrisa basta
A veces las voces se oyen demasiado fuerte, los gritos ensordecen, y el silencio es un privilegio que muchos quisiéramos disfrutar.
En ocasiones el llanto inunda las retinas, ahoga el camino salando las esperanzas. Uno no ve más allá del dolor, del momento, de la situación. El sol del ocaso nunca termina de esconderse, y sus rayos desgarran naranjas, rojo sangre. Un crepúsculo eterno, interminable, agotador.
Las almas enfrentan cruzadas propias e internas, los placeres se atormentan unos entre otros y se desangran en batallas inagotables. Heridas que no cierran de batallas perdidas, empatadas, ganadas.
Esperanzas que agotadas de esperar su concreción desgranan sus estructuras y se desmoronan, ilusiones que se esfuman en las arenas del tiempo y son arrastradas inertes ya por las horas, los días, los años.
La negrura lo nubla, la quietud sofoca haciendo difícil que el aire impregne los pulmones y la vida prevalezca.
A veces, esa luz que te rescata, ese brillo que te ayuda a salir de las penumbras, no es un sol ni una estrella. A veces con una sonrisa basta.
Una sonrisa ilumina, contagia, enamora.
A veces, una sonrisa basta.