¿Cuántas veces me he preguntado, de manera consciente, o incluso inconsciente, si debía cruzar?
La vida sorprende, permanentemente.
Sin descanso te muestra que el control es solo una ilusión que construiste en tu mente para tu propia "seguridad". Seguridad, claro está, que no es más que parte de esa misma ilusión.
Debo confesar que en los últimos meses el tsunami emocional y analítico en que me he visto inmerso no fue el mejor de mis momentos.
Afortunadamente pude detectar las señales a tiempo, viejas conocidas ya; y en lugar de bloquear la introspección, me entregué de lleno a ella, sin red de seguridad.
Nunca sabré si cada puente con el que me encontré, me armé de valor y crucé, fue el primero, o el fundamental. Pero sí se con certeza que fue relevante. Relevante por contexto, por el estado emocional, por la energía que percibí en ese preciso instante.
Dejarse abrazar por las emocionas, cualesquiera que sean, no puede ser una mala decisión. Es, sin dudas, lo más auténtico que podemos hacer, lo más honesto con uno mismo.
Vencer el miedo, nuestro principal enemigo, es el primero de los grandes desafíos.
Pues en definitiva, ¿qué es el miedo?
No es más que aquello que nos asusta, que desconocemos, en nuestra propia construcción mental y visión de la idea y funcionamiento del mundo que nos rodea, y del propio coexistir con este.
Si yo le doy entidad, también puedo quitársela. Yo determino mis miedos, y solamente yo puedo vencerlos. Para ello hacen falta verdad, y emociones cargadas de verdad.
Cruzar esos puentes de inflexión que yo mismo pongo en mi camino, es el único modo de silenciar el mundo, y escucharme, descubrirme, entenderme y ser consciente de que mi camino sigue inconcluso, que si bien no conozco el destino, aun falta mucho por andar.
Vivimos en base a nuestras decisiones, nada más, y en base a la parodia del universo que nos montamos.
Hasta que el velo cae.
Hasta que cruzamos esos puentes de inflexión.