13 de mayo de 2013

Le regalé mi día a los acordes

Buscando huir de la agonía de la rutina, decidí ignorar al tiempo, que insistía en avanzar, y dediqué mis horas a regocijarme al son de acordes que surcaban el viento, casi reflejados en los rayos del apenas cálido sol de otoño.
Perderme y encontrarme ¡vaya pardoja! Es tan simple dejarme sucumbir ante la fusión hipnótica de las voces y la música... y cuando ocurre pienso: que sencillo el universo, que claro el horizonte, cuando alcanzas la abstracción que te eleva de un plano tangible a uno en el que ya no pesan las cargas y no presionan las obligaciones.
¡Cuán increíbles son las notas que fluyen y embebiéndose de la brisa a su paso, te transportan a ese universo donde la percepción sublima todos los sentidos!
A veces me pregunto porqué no lo hago más a menudo, porqué no dedico más tiempo a mis placeres y menos a mis penas.
Es la música que incita a olvidar que el tiempo pasa y nos apresura.
Es la música que enciende las emociones aletargadas en aquél recóndito lugar en que guardamos los sueños adormecidos.
Es la música. Y son las voces.
Nos despiertan y nos recuerdan que estamos vivos.

Y justo en medio, una sonrisa y unos ojos del color del otoño mirándome al pasar. 

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