Sin decir demasiadas palabras podía decirlo todo.
Sus ojos transparentes reflejaban el brillo de la última lágrima que se había desprendido de sus retinas, llevándose en un esbozo de sonrisa el sabor amargo del llanto que termina. Con el cansancio que lo abatía, lo decidió.
Ya no iba a llorar por algo que nunca fue más que lo que él quiso que fuera.
Idealización, tal vez; una dosis de autocompadecimiento sazonada con soledad, probablemente, y una sonrisa indudablemente seductora lo arrastraron a esos interminables pasos penumbrosos que lo habían perdido en una trayectoria circular. Seguía caminando pero sólo podía girar sobre la misma visión. Triste, lúgubre.
Estuvo al alcance de su mano y un movimiento brusco lo ahuyentó haciéndolo volar. Era libre, no suyo, ese ave que tantas veces había imaginado anidando junto a él. Quiso convertirse en su alimento, más no supo ni pudo saciar su hambre. Quiso ser su bebida, más no pudo quitarle la sed. Quiso ser sus ramas, más no entendió que un árbol a veces no es suficiente para la libertad.
Estaba seguro de que lo había perdido, y ello lo mareaba caminando en ese espiral que nunca llegaba a su centro. No podía escapar, estaba atrapado en su deseo, en su ilusión. El ave echó a volar y no iba a regresar.
Fue su propia sonrisa en el espejo lo que lo hizo despertar. Su reflejo le demostró que por más que le pesara el mundo que se había inventado, podía sonreír. Era tan sencillo como detenerse el dejar de deambular, era tan simple como ver que la perfección nunca es tal, más allá de lo que uno mismo la pueda imaginar. Entendió que lo que sintió suyo no era lo que perdió. Había perdido otras cosas, pero no algo que nunca poseyó. Su canto nunca fue para él. Su aleteo, su mirar, su esperar. Se los había inventado por comodidad. Era hablarle al viento... pasa, se va.
No se trata de recibir, se dijo, se trata de entregar.
=)
ResponderEliminar