Era tarde y hacía frío.
Sentado sólo y al calor de las llamas, sus anteojos de nácar oscuro y gastado en las patillas por causa de tantas páginas que los encontraron entre sus labios y no dónde podían ayudarlo realmente, traslucían esa imagen de paz que cualquier anciano plasma en su mirada perdida en el fuego. Los naranjas y rojos resplandecían en sus pupilas tan grises como los pocos cabellos que aún coronaban su sien.
Entre sus manos rugosas, temblaba al ritmo de su disminuido pulso una vieja foto en blanco y negro. Una gota de agua manchaba una de las esquinas superiores, y la ausencia de un trozo del papel en la esquina inferior izquierda revelaba que ese mismo papel se había encontrado en sus manos muchas veces ya.
Si alguien hubiera estado observándolo desde el exterior, la imagen que el cristal arrojaría podría equipararse a un abuelo que descansa tranquilo frente al hogar recordando a sus seres queridos y disfrutando de una vejez apacible y plena por el arduo camino recorrido.
Pero cuánto que se hubiera equivocado este observador…
De a ratos un espasmo lo recorría y lo hacía estremecerse, el llanto arremetía. Sentía como las lágrimas que recorrían su mejilla se perdían en las cavidades de su arrugado rostro. Era tristeza, pensó. Una tristeza muy lúgubre y vacía. No era una tristeza de dolor, de pérdida. Ésta tenía un sabor amargo. Frustración, insatisfacción. Si, a ello sabía su pesar. Se trataba de lo que el paso del tiempo le estaba facturando.
Llevaba mucho tiempo recluido, alejado de todo la mayor cantidad de tiempo posible. Cuando no le quedaba más opción que entablar un diálogo a causa de que su humanidad le imponía necesidades, la amabilidad no era su vía de llegada a los demás seres. De ninguna especie.
Su última mascota, había recordado hacía unas semanas, fue un gato andrajoso que su padre le había traído después de una ausencia de varias semanas del hogar. Once años tenía, o doce. No lo recordaba muy bien, claro… el tiempo no sólo hace estragos en la fisonomía...
Él era el único responsable de su presente, él había elegido vivir así. Siendo aún un niño perdió a su madre, papá no era una figura que pudiese describirse como afectuosa y protectora. Cuando creció y sintió que se había enamorado la tragedia se encargó de demostrarle que nada es tan perfecto como parece nunca. Se encerró en autocompadecerse, se empeño en hacer su dolor cada vez más intenso. Se enseñó una lección que el mismo inventó, claro, le resultaba cómoda. No te aferres. No te aferres porque sufrirás.
Y despilfarró sus años, sus días, sus memorias en nada. Hoy veía una foto de su madre, que tenía ya más de ¿50, 60? años. Y casi no la veía, su visión no era muy buena, y más complejo era fijar la imagen con tanto temblequeo. Un amor intenso había vivido, tan intenso que aún podía sentir en el aire los rastros de ese perfume que al aproximarse le aceleraba el corazón, incluso creía oír su risa en el viento. La vida le había arrebatado todo. Estaba viejo, inútil… y sólo.
¿Por qué no se esforzó más por retener a aquella persona que por lo menos lograba que una sonrisa se dibuje en su rostro inerte? Y no fueron pocas las que lo intentaron. ¿Había estado huyendo?. Probablemente.
Huía del dolor, se alejaba para no perder… y lo único que conquistó fue soledad y angustia.
Entonces… no huía del dolor… lo disfrutaba. ¿Era eso?. De alguna manera retorcida y tenebrosa, disfrutaba su propio dolor. ¿Por eso eligió la soledad?. Porque la vida le quitó todo menos su libertad. Él podría haber elegido otra historia.
Ya era tarde, estaba viejo… pero si un milagro ocurriese y volviese a comenzar, había aprendido la lección. Una vida de amargura y soledad se la enseñó a la fuerza. Querer y dejarse querer no estaba mal. El riesgo de perder siempre estaba, pero por más dolorosa que fuera la pérdida… el sometimiento a la apatía era mucho peor.
En ese momento, allí frente a los candentes leños, comprendió que suya era la responsabilidad y suya había sido la elección. Después de todo, cada quien elige cómo vivir. Y él se equivocó.
Una pena, no hay más de una oportunidad.
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