A veces no llegas a darte cuenta de lo profundo que se esconde el dolor.
Ni de lo intensa y desgarradora que es la soledad.
A veces necesitas detenerte
y mirar, cuidadosamente,
cada una de las pequeñas grietas de la coraza
que te mantiene fuerte y erguido.
A veces una pausa puede salvarte la vida,
y una lagrima apagar un incendio,
igual que el llanto acallar la explosión.
A veces necesitas tiempo,
entender, descubrir,
o tan solo llorar
y comenzar a sanar.
Lo que hiere permanece silencioso
por más fuertes y robustos que parezcamos,
firmes, sobre nuestros pies,
con la cabeza en alto y la sonrisa de escudo.
A veces necesitas escaparte de las garras del vacío,
pedir a gritos ayuda
y quizás, tan solo y en silencio, dejar que te levanten
y te ayuden a andar.
A veces el miedo y la soledad son más fuertes que la voluntad.
A veces lo incierto asusta,
y lo certero se desvanece,
se esfuma ante tus ojos,
que se nublan, se inundan
A veces necesitas tomarte el tiempo necesario para sanar.
Al menos, aquello que aún está a tiempo de poderse curar.
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