Saborear el pasado conlleva exponerse a que lágrimas, alegres o tristes, afloren. Y mientras éstas comienzan a hacer cristalinas las miradas, sonrisas cómplices, con las memorias que nos invaden y recorren, se deslizan imperceptibles primero hacia un lado, luego hacia el otro.
Una palabra, una imagen, un acorde pueden ser los catalizadores de ríos completos de nostalgia, de torbellinos de recuerdos que se suceden cual secuencia filmográfica, reproduciéndose frente a nuestra mirada perdida en la nada.
Todos venimos de algún lugar.
Y no importa cuan feliz o triste, cuan luminoso o lúgubre ese lugar haya sido... siempre habrá un instante, un sonido, un rostro, un deseo, un suceso que nos haga sonreír. Y calro, siempre habrá alguno que nos haga llorar.
La nostalgia tiene eso.
Es entrañable, y a la vez, detestable.
El pasado siempre tendrá matices, como el presente, y como sin dudas será el futuro.
Los absolutos son inventos de aquellos que se resisten a asumir que la realidad son porciones. Porciones de alegría y porciones de felicidad, que en suma, dan forma a una existencia.
La nostalgia tiene eso. Nos hace humanos.
A los soñadores los arrastra hacia la realidad. A los pesimistas les demuestra que también pueden sonreír.
La nostalgia tiene eso... nos hace latir.
Hoy fui su presa. Y lloré. Y sonreí.
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