¿Hacerlo o no hacerlo?
¿Saltas?
¿Hacerlo o no hacerlo?
¿Saltas?
Confesión de parte.
Confieso: todo ha sido una inmensa mentira.
He sido víctima y victimario.
De mi mismo; de mis ficciones de seguridad.
Sin embargo es más doloroso
seguir ocultando que revelar.
La negación y el rechazo
a la idea del querer
son sólo máscaras que he creído me mantenían a salvo.
Llevo mucho tiempo roto.
He pasado demasiados años escondiéndome
de los sentimientos
y de las oportunidades.
Como todos, supongo, alguna vez he salido herido en las cosas del querer.
Como muchos, probablemente, no he podido sobreponerme.
La confianza resquebrajada en mi propio existir,
el miedo a sentir libremente,
a exponer mis emociones al escarnio de las posibilidades,
me han retenido detrás de una nebulosa ficticia de autosuficiencia,
en la que me he empeñado en fingir que no necesito
ni besos ni caricias,
ni cariño,
ni una consideración especial.
Eso es lo más difícil,
el ardor consciente de la verdad:
asumir que de lo dañado que estás,
te autoconvences de que no merecés ser amado.
Y así huyes.
Siempre corres.
Siempre asustado.
Siempre minimizado.
Siempre inseguro.
Y así mientes, te mientes.
Y te escondes.
Pero ningún plan es perfecto, y ninguna mentira es eterna.
A veces, sin planearlo,
llegan personas a tu vida que te agitan la existencia,
que truncan todos tus macabros planes de autosaboteo.
Y te despiertan.
Y te hacen sentir.
Y la maraña de emociones turbulentas sacude,
iracunda,
hasta lo más profundo de tu ser.
Y descubres que sí,
que quieres, que deseas,
y que en realidad lo que te derrumba es el miedo.
Ese miedo constante y latente a exponerte al dolor.
A un dolor que te lastima hasta inutilizarte,
hasta debilitarte y vaciarte de ilusiones.
Ese miedo que te invisibiliza y te hace débil,
incapaz de ver tus propias virtudes,
porque solo ves la oscuridad que lo cubre todo siempre.
Y te acosan permanentemente preguntas sin respuesta.
¿Cómo desarticular tantas ideas e inseguridades autoconstruidas?,
¿Cómo enfrentar el miedo y animarse a salir de detrás de tus propios muros de seguridad?.
¿Cómo exponer tu corazón cuando llevas tanto tiempo alejándote de sus propios latidos?
No, esta confesión no tiene, ni busca tener una conclusión.
Solo es una maldita confesión de una verdad que me desgarra por dentro:
tengo el alma dañada y temerosa del amor.
Y sé que el tiempo corre, y se agota.
Y sigo sin tener idea de qué hacer con todo esto.
Dejarse sorprender,
soltar el control (o intentarlo, al menos),
quitar la vista del horizonte,
respirar profundo y observar el interior,
minuciosamente,
y percibir el tenue latido constante del presente vivo.
Parece ser uno de los grandes misterios revelados de la existencia,
una obviedad.
Pero qué difícil es, en realidad.
El pasado siempre se ve más bello a la distancia.
El futuro es la preocupación y el motor de las existencias,
imprevisible,
pero que aún así nos desvivimos por moldear desde el ahora.
Al fin y al cabo eso si lo podemos controlar.
Ingenuo, lo sabes bien en realidad,
todo lo que tienes: justo ahora.
Avanza tambaleante,
con pasos lentos y dudando de cada uno de ellos;
aún así continúa sin descanso su travesía
quien camina sin destino.
¿estas perdido?
¿En términos de quién, según qué parámetros?
Puede que el problema esté en los instrumentos de medición
y en las dimensiones tabuladas.
Incluso sofocado por la angustia de la incertidumbre,
lo insospechado puede ser a la vez aterrador y maravilloso.
¿Cual es mi casa?
Aquella donde querer y ser querido es moneda corriente, aquella en donde ser libre y auténtico es parte natural del existir.
Mi casa son mis amores.
Fueron muchos los caminos recorridos, los lugares hermosos descubiertos, y las aventuras vividas.
Mucha adrenalina, de esa que te invade cuando vas hacia lo desconocido, desconcertante y satisfactoria a la vez.
No han sido solo cinco meses de encuentros con otros seres. También he pasado mucho tiempo conmigo, solos yo y yo, en nuestro mundo.
Han sido lindas horas, gratificantes y tranquilas, en paz con mi pasado y mi presente, tranquilo y expectante ante un futuro incierto. La verdad es que la estoy pasando muy bien conmigo mismo.
Y el camino me sigue sorprendiendo.
Personas que me brindan cariño y confianza no dejan de aparecer y enriquecerme en cada momento.
Y que bello es poder retribuir amor con amor, calma con calma y sonrisas con más sonrisas.
Muchas personas, hermosos seres y coincidencias.
Muchas palabras, incontables risas, un sinnúmero de abrazos; y besos, claro, porque ¿qué es la vida sin besos?
Pieles y mentes conectadas, aunque más no sea por ese ínfimo Instante en que el tiempo y el espacio las reúne.
Una maraña hermosa de emociones y contradicciones.
Ansias de reencuentros que me aceleran, nostalgias de despedidas que me sensibilizan.
Pero sé, con tranquilidad y certeza, que no es el fin del viaje. Es un paso más del camino, los lugares y de los seres emocionantes que me restan por descubrir y reencontrarme.