26 de mayo de 2024

Dualidades extremistas.


¿Hacerlo o no hacerlo?

¿Saltas?


Si o No.
¿Si si? y ¿Si no?
Se nos pasa la vida
deduciendo, definiendo entre dualidades,
dualidades extremistas,
enquistadas,
inexpugnables.

El tiempo y la experiencia
son grandes aliados.
Según dicen.

Quizás no lo sabías.
Te importe o no la existencia del destino...
esta puede ser tu última oportunidad.




“Don Juan me dijo entonces que ellos partirían ese mismo día,
a la hora del crepúsculo, y que lo que aún tenía que hacer conmigo
era crear una apertura, una interrupción en el continuo de mi tiempo.
Iban a hacerme saltar un abismo...”

Pasaje de "El don del águila"
de Carlos Castaneda

1 de febrero de 2024

Confesión de parte.

 


Confesión de parte.


Confieso: todo ha sido una inmensa mentira. 


He sido víctima y victimario. 

De mi mismo; de mis ficciones de seguridad.

Sin embargo es más doloroso

seguir ocultando que revelar. 

La negación y el rechazo

a la idea del querer

son sólo máscaras que he creído me mantenían a salvo.


Llevo mucho tiempo roto.

He pasado demasiados años escondiéndome

de los sentimientos

y de las oportunidades. 

Como todos, supongo, alguna vez he salido herido en las cosas del querer.

Como muchos, probablemente, no he podido sobreponerme.


La confianza resquebrajada en mi propio existir,

el miedo a sentir libremente,

a exponer mis emociones al escarnio de las posibilidades,

me han retenido detrás de una nebulosa ficticia de autosuficiencia,

en la que me he empeñado en fingir que no necesito

ni besos ni caricias,

ni cariño,

ni una consideración especial. 


Eso es lo más difícil,

el ardor consciente de la verdad:

asumir que de lo dañado que estás,

te autoconvences de que no merecés ser amado. 


Y así huyes.

Siempre corres.

Siempre asustado.

Siempre minimizado.

Siempre inseguro. 

Y así mientes, te mientes.

Y te escondes. 


Pero ningún plan es perfecto, y ninguna mentira es eterna. 

A veces, sin planearlo,

llegan personas a tu vida que te agitan la existencia,

que truncan todos tus macabros planes de autosaboteo. 

Y te despiertan. 

Y te hacen sentir. 

Y la maraña de emociones turbulentas sacude,

iracunda,

hasta lo más profundo de tu ser. 


Y descubres que sí,

que quieres, que deseas,

y que en realidad lo que te derrumba es el miedo. 

Ese miedo constante y latente a exponerte al dolor.

A un dolor que te lastima hasta inutilizarte,

hasta debilitarte y vaciarte de ilusiones.

Ese miedo que te invisibiliza y te hace débil,

incapaz de ver tus propias virtudes,

porque solo ves la oscuridad que lo cubre todo siempre. 


Y te acosan permanentemente preguntas sin respuesta.

¿Cómo desarticular tantas ideas e inseguridades autoconstruidas?,

¿Cómo enfrentar el miedo y animarse a salir de detrás de tus propios muros de seguridad?.

¿Cómo exponer tu corazón cuando llevas tanto tiempo alejándote de sus propios latidos? 


No, esta confesión no tiene, ni busca tener una conclusión. 

Solo es una maldita confesión de una verdad que me desgarra por dentro:

tengo el alma dañada y temerosa del amor. 

Y sé que el tiempo corre, y se agota. 

Y sigo sin tener idea de qué hacer con todo esto. 

14 de enero de 2024

Perderse (en construcción)

 


Dejarse sorprender, 

soltar el control (o intentarlo, al menos),

quitar la vista del horizonte,

respirar profundo y observar el interior, 

minuciosamente, 

y percibir el tenue latido constante del presente vivo.


Parece ser uno de los grandes misterios revelados de la existencia,

una obviedad. 

Pero qué difícil es, en realidad. 


El pasado siempre se ve más bello a la distancia. 

El futuro es la preocupación y el motor de las existencias,

imprevisible, 

pero que aún así nos desvivimos por moldear desde el ahora. 

Al fin y al cabo eso si lo podemos controlar.

Ingenuo, lo sabes bien en realidad, 

todo lo que tienes: justo ahora.


Avanza tambaleante,

con pasos lentos y dudando de cada uno de ellos; 

aún así continúa sin descanso su travesía

quien camina sin destino. 

¿estas perdido?

¿En términos de quién, según qué parámetros?

Puede que el problema esté en los instrumentos de medición

y en las dimensiones tabuladas. 


Incluso sofocado por la angustia de la incertidumbre, 

lo insospechado puede ser a la vez aterrador y maravilloso. 


4 de octubre de 2022

Viaje de encuentros





Casi cinco meses después de la partida, emprendo el regreso a casa con el corazón en calma. 

¿Cual es mi casa? 

Aquella donde querer y ser querido es moneda corriente, aquella en donde  ser libre y auténtico es parte natural del existir. 

Mi casa son mis amores. 

Fueron muchos los caminos recorridos, los lugares hermosos descubiertos, y las aventuras vividas. 

Mucha adrenalina, de esa que te invade cuando vas hacia lo desconocido, desconcertante y satisfactoria a la vez. 


No han sido solo cinco meses de encuentros con otros seres. También he pasado mucho tiempo conmigo, solos yo y yo, en nuestro mundo. 

Han sido lindas horas, gratificantes y tranquilas, en paz con mi pasado y mi presente, tranquilo y expectante ante un futuro incierto. La verdad es que la estoy pasando muy bien conmigo mismo. 


Y el camino me sigue sorprendiendo. 

Personas que me brindan cariño y confianza no dejan de aparecer y enriquecerme en cada momento. 

Y que bello es poder retribuir amor con amor, calma con calma y sonrisas con más sonrisas. 

Muchas personas, hermosos seres y coincidencias. 

Muchas palabras, incontables risas, un sinnúmero de abrazos; y besos, claro, porque ¿qué es la vida sin besos?

Pieles y mentes conectadas, aunque más no sea por ese ínfimo Instante en que el tiempo y el espacio las reúne. 


Una maraña hermosa de emociones y contradicciones. 

Ansias de reencuentros que me aceleran, nostalgias de despedidas que me sensibilizan. 


Pero sé, con tranquilidad y certeza, que no es el fin del viaje. Es un paso más del camino, los lugares y de los seres emocionantes que me restan por descubrir y reencontrarme. 


 

31 de marzo de 2022

Sobre la maraña emocional de una lenta partida


Esto es una reflexión catártica, sin más intención que ser compartida y sin objetivos definidos.
Para quien la vive y la atraviesa, la partida es sin dudas mucho más lenta y profunda que para quien la visualiza.
Por supuesto, cuando se involucran las emociones, tanto para quien se aleja como quien permanece, los sentimientos podrían ser equiparables, pero no sus vivencias ni percepciones.
En términos pura y exclusivamente de la partida, del hecho concreto de dejar el lugar, para quien ejecuta la acción, el tiempo parece que no pasa.

Al menos es así hasta que llega el momento de partir en verdad, cuando se vuelve tangible su proximidad y la cuenta regresiva comienza su andar incesante.
No importa cuan larga sea esa espera, esa regresión inevitablemente llegará a cero. Y a partir de ello, ya no es una idea, un plan, o lo que fuere.
Partir es ahora el paso unívoco que darás.

Esta certeza (la de un final) desestabiliza los cimientos de cualquiera, mientras empieza a desvanecerse el mundo que nos inventamos y que elegimos vivir. Incluso es así cuando no es la primera vez que se emprende una partida (y tengo ya varias en mi haber…).
Podría parecer que salir de la zona de confort resultaría más simple, insisto, dada la experiencia.
Pero esta vez se siente diferente.
Es más intenso, y el futuro es tan incierto como en realidad es.
Por momentos se vuelve asfixiante la idea de no tener un rumbo establecido, un plan trazado y un objetivo definido. En todo eso, créanme, esta si es mi primera vez. Y me siento impaciente e inestablemente nostálgico, a la vez que me invaden la decisión y la avidez de la aventura.

Para quien se aleja por su voluntad (no puedo interpretar los sentires de quienes deben hacerlo por necesidad) esa inestabilidad es autoinfligida, si. Porque es una decisión.
Pero someterse de forma consciente y voluntaria a un proceso de partida, tan lento y relevante como el de dejar un lugar, un hogar, incontables vínculos y proximidades necesarias, una forma de vivir, los medios de subsistir que conocías y que te caracterizaron hasta ser quien sos, es tan estrepitoso para quien decide hacerlo como para quien tiene que hacerlo como necesidad.

En el vivir cada quien asume tener su tiempo asegurado y bajo control. Abrazamos esa idea de seguridad autoconstruida, y en ella nos cobijamos pretendiendo que sabemos dónde, cómo y cuándo. Y eso nos da tranquilidad. Aun cuando sabemos que sin dudas nadie puede controlar el tiempo, la existencia. Podemos minimizar riesgos, seguro, pero nunca podremos tener la real certeza de que lo que esperamos, sucederá. Esto es completamente racional, y lo tengo claramente asumido. 

Ocurre que mientras suena ese estrépito retumbar, toda racionalización queda subsumida, inevitablemente, a las avasalladoras emociones asociadas a la partida y a la desaparición progresiva de tu mundo inventado conocido. Y cual vendaval la emotividad se hace carne, y lo racional deja de percibirse.
Y todo, hasta lo coherente, es caos.
Y si bien sé que partir no es otra cosa que asumir que cada quien es dueño de sus decisiones y en ellas, solo en ellas está la certeza, no se siente así. Ni sabiendo.

En fin, la hipotenusa.
Me despido con una lágrima rodando en mi mejilla, para desaparecer en la comisura de una sonrisa. A partir de este momento ya no tengo mi lugar y mi mundo ya no existe. Al menos no como lo conocí estos últimos años. Y así como mi mundo, yo mismo empezaré a ya no ser como soy hoy. 

Eso no es ni malo, ni bueno. Simplemente es, y es porque quiero hoy que sea.
Al fin y al cabo, ¿Quién necesita ser poseedor de un lugar al que llamar suyo, en realidad?